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Hasta las NĂ¡useas

Una cruel broma

No sé en qué momento me quedé solo en medio de la nada, todos mis acompañantes sucumbieron ante la desoladora inmensidad del desierto abrasador, no sé cuanto tiempo llevo vagando en medio de millones de granitos ardientes de arena, que se acumulan en montañas, sólo el viento es testigo de mi martirio, con un infructífero esfuerzo trata de acariciarme, cuando sólo consigue sofocarme.

 

¿En dónde quedaron los amigos que me prometieron acompañarme? , creo que sobre estimé la amistad…

¿Por qué soy yo el último en morir?

 

De día, el calor insoportable, de noche el frío insuperable, pero aún sigo en pié.

No hay nada en este desierto que pueda aniquilarme, no porto nada que me sirva para suicidarme, estoy atrapado, ¿es acaso este un castigo, una forma de tortura?, ¿qué hice yo para merecer esto?, o ¿es que acaso ese ser infame al que llaman Dios está en contra mía?, no lo sé, sólo sé que aún vivo, o al menos eso creo…

 

Me duelen los pies de tanto andar, para donde miro todo es igual, arena, viento y soledad, una terrible soledad. En mi tierra nadie me espera, nadie me conoce, es lo mismo morir aquí que en cualquier otro lugar. Siempre pensé que mi destino era parar a una fosa común, pero, morir aquí es exactamente lo mismo que hacerlo en mi hogar; al fin y al cabo, el asunto es morir pronto, desgraciados suertudos de mis acompañantes, que a estas alturas yacen carbonizados y putrefactos en medio de este mar de arena.

 

Ese maldito sol me persigue a donde quiera que valla, parte en la mañana magullando mi rostro y termina por la tarde atosigando mi espalda, para luego irse a descansar y dejarme solo con el frío hiel de la noche.

 

Se acabó, no le seguiré el juego al imbécil de arriba, me tumbaré en el suelo y no me moveré más, me quedaré esperando hasta que la muerte se decida a ir a buscarme.

 

Así pasaron un par de  días, pero de pronto, algo interrumpe mi sueño en plena noche desértica, gélida y cruel, alguien me despierta, no logro ver su rostro, está completamente tapado, es un hombre…

 

Hey, amigo- me dice y para sorpresa mía habla mi idioma.- ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

 

Algo desorientado y somnoliento respondí- No tengo idea, sólo ayúdame a salir de aquí.

  

Caminamos largo rato sin hablar mucho, bueno, yo hablaba, él sólo asentía.

Justo cuando creí que mi fin se acercaba como la noche en pleno crepúsculo, logré divisar a lo lejos un lago, de aguas claras, pero lo mejor de todo, había sombra, árboles, una casa, gente, había gente.

Por fin, sabía que Dios no tenía nada en contra mía, que él no podía odiar tanto a alguien como para imponerle dicho castigo.

Ésta alegría que me inunda es indescriptible, ya no más sol, ni calor y frío, ni tampoco más soledad, ¡No más soledad!

No sé si correr o caminar, cada vez estoy mas cerca. Lo logré, pude contra el desierto, seguramente me esperan, seguramente saben que mi avión se perdió, me están esperando, no lo puedo creer, ¡no más soledad!

Al llegar a la casa, unas personas salieron a recibirnos 

 

Tal y como mi salvador, aquellas personas estaban tapadas de rostro, tan solo relucían sus ojos de aquellas mantas, sus miradas estaban muy lejos de expresar felicidad, mas bien se deslumbraba un horror terrible, una pena inllevable, clamores indescriptibles salían de la expresión plasmada en sus ojos, mas yo no podía juzgar el terrible semblante de estas personas, yo era un huésped y ellos eran mis anfitriones.

 

Llegue a la casa, se veía vieja y polvorienta, daba la impresión de ser mas bien una edificación abandonada, golpeada por el azote del desierto, diezmaba por sus vientos y tormentas, tostada por el sol implacable, mas a mi poco me importaba aquella situación, quería agua, agua fresca y dulce fluyendo por mi garganta reseca y tapada en arena, corrí hacia el lago y bebí agua hasta que mi cuerpo sintió repugnancia de tanto tomar, en ese momento se apareció uno de aquellos hombres que residían en esa casucha, viendo a media distancia me dijo:

 

“Eres muy afortunado de estar aquí, pero a la vez eres una pobre alma solitaria, un vagabundo en el desierto, una criatura triste y errante”.

 

Me levante del suelo, lo mire fijamente, su rostro no expresaba  ningún tipo de gesto, por su voz deduje que era un anciano, le pregunté su nombre, mas el no respondió mi  pregunta, solo me dijo:

 

 “en este lugar pocos tenemos un nombre, de aquellos pobres bautizados, tan solo algunos recuerdan como se llaman y es que la verdad ya no importa mucho como nos llamemos, si no que lo que somos”

 

Luego de decir eso entró a la casa, no lo vi mas ese día.

 

La convivencia era tranquila y callada, todos deambulaban por la casa, el establo o por algún sector aledaño a la edificación, iban y volvían, parecían sin rumbo, solo caminaban, talvez para pasar el tiempo, los días eran largos y tediosos y las noches eran casi tan infernales como las que pasé a la intemperie en el desierto, pasaron los días y volví a encontrarme con aquel anciano esta vez fue en una de las habitaciones de la casa, sentado sobre lo que asemejaba una silla él me miró, no me dijo nada, parecía admirar el desierto desde una ventana, le pregunté si era feliz acá, volteo el rostro, me miró con sus ojos indescriptiblemente inexpresivos y me dijo:

 

“¿crees que alguien es feliz acá?”

 

No le respondí, solo me di media vuelta y caminé por un pasillo de la casa.

Fue en ese momento cuando me percaté de que ellos no pertenecían a un clan ni a un pueblo del desierto, de que la casa en la que habitábamos estaba tan estropeada, tan en desuso, sin embargo tantos residíamos en ese lugar. De que jamás vi a alguien beber agua del lago, sólo daban vueltas, merodeaban como animales encerrados en una jaula, corrí con pavor hacia fuera de la casa, mis dudas, miedos e incertidumbres camuflaron el extraño magnetismo que sentía por adentrarme una vez  en el desierto. Corrí y corrí, mis piernas no se cansaban solo se movían desesperadamente sobre la arena, en un momento llegué al avión estrellado en el cual yo viajé, vi con horror los restos de aquel aparato y no podía entender por qué estaba vivo aun, en ese momento apareció aquel anciano, al lado mío.

   

¿A veces el desierto nos juega bromas crueles no crees?

 

 Me dijo el viejo, yo no le entendí, no entendía nada, no comprendía que pasaba a mí alrededor.

 

 ¿Tienes dudas?

 

 Me dijo mientras se quitaba los harapos que llevaba  rostro, cuando se los quitó vi con extremo horror su cara, su piel estaba seca como la arena y sus arrugas que asemejaban la corteza de un árbol, sus ojos grandes y fuera de orbita, parecían querer salir de su tez. Sus cabellos enmarañados y resecos eran como una hierba seca por el ataque voraz del sol. El horror que sentía sólo se intensificó aun más cuando el mismo me dijo:

 

 “has visto ya mi rostro, ahora déjame ver el tuyo”

 

 Toqué al instante mi cara, para sorpresa mía yo también tenía la cara cubierta con harapos, completamente desesperado y entre sollozos pedí explicaciones. El anciano me respondió: 

 

“¿acaso no es claro?, ¿acaso no sabes por qué corriste hasta este lugar?, ¿sabes por qué estas aquí ahora?

 

Yo sólo lloraba en el piso sin entender nada, no podía soportar tanta presión, tomé un pedazo grande de vidrio que estaba botado cerca del accidente y me rebané la garganta, el anciano miraba sin decir nada, yo sentía como el dolor se apoderaba de mi, como mi sangre fluía por mi cuerpo ya exhausto de todo esto, mas el viejo solo miraba, yo comencé a sucumbir al dolor y al frió de la muerte, en ese momento el viejo me habló:

 

 “¿acaso puedes destruir lo ya demolido?, no puedes ¿cierto?, entonces por qué intentas matarte, ¿acaso no te das cuenta?”

 

 En ese momento miré a mi alrededor, no salía sangre de mi cuello, tampoco tenia vidrio alguno en mi mano, me levanté del suelo aún mas desconcertado de lo que estaba antes, el anciano sólo miraba, parecía analizarlo todo, habló diciéndome:

 

“responderé a todas las preguntas que te formulé, pero créeme, lo que oirás será muy crudo, primero que todo, corriste a este lugar porque todos nosotros tenemos una vinculación  con el lugar donde perdimos la vida, nuestros cuerpos, esperanzas e ideas yacen en lugares como este, en tu caso tu cuerpo está aquí”

 

¿Cuerpo?, ¿de que estas hablando? Yo sobreviví a este accidente y al desierto, vivo contigo en esa vieja casa

 

 “¿sobreviviste?” -respondió el anciano- tú no sobreviste, tú estas muerto amigo mío, prueba de eso es ese cuerpo que está tendido a tu lado y que nos has querido ver.

 

 Volteé la mirada y vi. Mi cadáver tirado en la arena, era yo mismo hay, era mi cadáver putrefacto y nauseabundo, devorado a ratos por hormigas

 

 “¿lo vez ahora?-habló el viejo- “somos la viva imagen del desierto, tal y como todo en este lugar, estamos muertos”

 

 Yo sólo miré aquel cadáver y empezaba a aclararse de a poco todo en mi cabeza, ya entendía ciertas cosas y una especie de sentimiento parecido a la resignación comenzaba a invadirme. ¿Qué hay de los demás que están en la casa?, ¿ellos también están muertos?

 

 “claro que si -Afirmó el anciano- pero aún no lo saben, la mayoría de ellos piensa, al igual que tu, que están vivos y tienen esperanzas de ser rescatados y volver a sus hogares, no se ven entre ellos, piensan que están solos en ese lugar, por eso deambulan sin sentido, ellos están tan aferrados a la vida que no tienen idea y tampoco aceptarían saber que están muertos. En cambio tú fuiste distinto, al parecer tú no tenías esperanzas en volver, talvez desde alguna parte de tu interior ya habías aceptado la muerte, que triste…”

 

Yo lo escuchaba y armaba este singular acertijo -¿Cuánto tiempo llevas aquí?- Le pregunté inocentemente:

 

 “no lo sé- me respondió- para los muertos el tiempo es algo inválido y vano, no tiene sentido contarlo porque el tiempo no nos rige en absoluto, de hecho, mira tu cadáver”.

 

 Lo miré, ya sólo eran un montón de huesos a punto de transformarse en arena, un poco más de arena del desierto

 

“llevamos sólo unos instantes hablando de esto, pero mira, en el mundo de los vivos ya casi no hay indicios de ti, la verdad amigo mío es, que somos un pestañeo en el tiempo y el espacio, ambos términos son tan vastos, tan eternos y nosotros sólo somos un montón de arena inerte en el desierto-reflexionó el anciano con un gesto algo triste, era la primera vez que veía algún sentimiento en su cara- amigo mío, no somos nada, el mundo no nos extraña, por eso estamos aquí, solos, esperando a que en algún momento de la eternidad… solo esperando.

¿Sabes algo?- prosiguió el viejo- por lo menos ahora puedo conversar con alguien en este lugar…”

 

 Yo lo miré con una pena profunda, como sintiendo lastima de esta persona, sintiendo lastima de mi también, no éramos nada, solo dos animas conversando de algo que a nadie le importaba, dos muertos asumiendo su condición y resignándose a que ya nada en el mundo nos sacaría de este lugar, de este desierto enorme e interminable, eterno para quien quiera cruzarlo, éramos ambos víctimas de una cruel broma del destino, de una cruel broma del desierto, de nuestros sentidos y aflicciones, víctimas de algo que creo nunca comprenderemos, talvez cuanto tiempo haya pasado hasta ahora y yo estoy aquí, en el mismo lugar, acompañado por este anciano que me ha abierto los ojos, cuidando mis restos, mis recuerdos, mis pertenencias que quedaron regadas por todo este lugar, haciendo guardia, el viejo sólo mira al horizonte. Esperando a que algo suceda, ya ni sé cuanto tiempo llevo aquí parado, sólo sé que es mucho, para nosotros los muertos…el tiempo es inválido y vano…no nos rige en absoluto…

 

Apertura

Ad Nausseam, les explicaría qué significa, pero es tan evidente que no veo caso alguno en hacerlo.

 Luego de dejar perdidas, un millar de historias y relatos algo indeseados y poco sútiles, en mi retorcida mente, decidí plasmarlas en este mundo nuevo para mi, el ciber espacio.

Ésta fue mi presentación, algo corta, pero qué mas da.